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lunes, 16 de junio de 2008

Y siguiendo con el tema de los roles y el sexismo.

Y tal vez porque sea un tema de nunca acabar. La docencia ha sido femenizada y la enfermería también. Es interesante ver que cuando la historia de la cocina dejó de ser un mero arte culinario para pasar a ser algo ventajoso y de nivel: los hombres se pusieron gorros de cocineros y es conocida la frase " los hombres cocinan mejor que las mujeres".
El verdadero arte de mantener una casa limpia, u ordenada, es tarea femenina. Y aún cuando la mujer trabaje: los hombres no saben hacerlo. ¿los culpamos a ellos o a sus mamás que quizá no les permitieron aprender o a su papá que no le parecía masculino el niño con un escobillón ordenando la casa?
¿Han visto propagandas de hombres aconsejando un jabón de lavar? No, seguramente no, y es que no saben poner la ropa en la máquina. Sí hay muchos que lo hacen, pero no está bien mostrarlos porque no saben comparar cuál jabón es mejor. Pero si la tarea es más sencilla que pilotear un avión: ¿ por qué los hombres no la asumen como una tarea más? La sociedad no la asume, la publicidad no la asume, el consumo no lo asume. Hemos sido sirvientas durante muchas décadas, siglos, no es bueno que releguemos ese papel.
Y volviendo a las bases, intentando que no me tiente a seguir con comparaciones:
En aquellos y estos cuentos infantiles hemos tenido que besar sapos, hemos tenido que besar bestias, soportar una piel de asno sobre nuestra piel, fregar hasta el cansancio, coser y tejer, pincharnos con el uso, ser una y mil brujas capaces de matar por envidia, brujas feas y horrorosas, malditas encarnaciones del mal, no éramos Merlinas, brujas tan siniestras que el único personaje masculino comparable es el lobo, que es animal y no hombre claro.
Recordemos que las historias respondían a un época y la aspiración máxima era dejar de ser plebeyas y ser parte de la nobleza. Pero me pregunto también cuántos cuentos giraban en las cabezas de los inquisidores cuando quemaban mujeres en la hoguera. Habrían sido convencidos desde su niñez que nosotras podíamos ser brujas por la envidia, o por cosas menores aún. Maldecidas desde la irreverente Eva que se animó a querer saber. Y de ahí en más el conocimiento nos fue negado, como dice Graciela Cabal, ellos eran buenos alumnos e investigadores, nosotras sólo preguntábamos cuando se nos permitía.
Desde la Biblia y pasando por toda la literatura infantil que conocemos y llegó a occidente la mujer fue sumisa y deseosa de un casamiento que la protegiera de males como la pobreza y el deshonor plebeyo: para eso entregaba su zapato, su sueño interminable o besaba a la bestia más fea del entorno.
Es bueno saber que los clásicos infantiles, a razón de Bruno Betheleim son cuentos donde los niños hacen catarsis, crecen y hacen una interpretación del yo y el super yo. Más allá del psicoanálisis quiero recordar que: siguen inventando la historia de Cenicienta cada tarde en un teleteatro sudamericano. Ni los hermanos Grimm deben de haber sospechado la eternidad que esa historia tendría. Miles de actrices han interpreado a una jovencita pobre que consigue el favor de algún millonario que la sacará de la clases social más baja. No la hará princesa, la hará millonaria, y con eso y la burguesía a cuesta, alcanza hoy en día para ser felices.
Por años he defendido el contar los clásicos: sigo contándolos. Pero cada día que pasa retomo más la defensa de explicar a los niños que estos cuentos pertenecen a otra época, que no son reales y que, los que conocemos, difieren mucho de los verdaderos.
Aún así: siguen los estereotipos habitando los juegos, las niñas son bellas y luminosas como princesas, sus talles son muy delicados, casi anoréxicas las nuevas muñecas, siguen primando los patrones de belleza y estupidez. No son tan calladas estas nuevas aspirantes a ricas pero sí son estúpidas: no revelan su potencial de inteligencia y mucho menos, desprecian un rico partido.
Si bien es cierto que ya no vivimos en plena época feudal: qué propuesta más hermosa puede tener una niña que casarse con alguien que la puede hacer una excelente consumista. La felicidad de hoy, cuando los títulos nobiliarios son escasos, es comprar. Y el hombre sigue siendo un buen proveedor.
Analicemos nuevas propuestas de cuentos y nuevas propuestas de juguetes, incluyendo en estos últimos los que pasan por el área digital. No es menor la tarea pero vale la pena, quizá descubramos que por muy feminista que seamos: no hemos cambiado tanto.